sábado, 3 de octubre de 2009

Octubre

Una vez, cuando estuve en Inglaterra cuatro semanas, pude comprobar cómo el tiempo se puede ir alargando, alargando, como una bolita de plastilina de la que sacas un “churro” y según la haces rodar, más largo se hace, y aunque parezca mentira, crece y crece.
Realmente el problema se centraba en lo mal que nos trataban en general, por lo menos eso sentíamos, y el hambre que pasábamos: nos alimentaban con sencillos sándwiches de un cuadradito de pan de molde, partido en 2 triángulos, con extrañas finas lonchas de no-se-sabe-qué, una bolsita de patatas con sabores (nunca visto hasta entonces en España) y una botellita de refresco que parecía esencia de medicina con gaseosa; y para cenar, verdura hervida con kétchup (en función de la cantidad de salsa que le poníamos conseguíamos variar el sabor…).
Por aquellos entonces, teníamos una fecha clara de partida, y cada día marcábamos el calendario para ver el avance temporal de nuestra aventura. Las fotos de las últimas horas retratan las caras más alegres de todo el grupo de aquel curso veraniego.
Era julio. El julio más caluroso en muchos años en Oxford. Y el julio más largo de mi vida. Recuerdo que tanto me afectó que mis padres apenas me conocieron a mi vuelta, y estuve enferma durante el resto del verano, afectada por la mala alimentación y los nervios.

Esta vez ha sido muy distinto. Septiembre se ha convertido no ya en el septiembre más largo de mi vida, sino en el peor mes de todos los tiempos. 30 días que se han eternizado… de hecho, creo que aún continúa siendo 3 de septiembre, o 9, o 16… Tal vez los tres son el mismo día, que se ha ido repitiendo, y no soy capaz de buscar o de ver el final, no hay un calendario que marcar, porque no tenemos fecha de vuelta, sólo de inicio.
Después de pasar dos semanas entre lágrimas, sólo alteradas por gritos o por lamentos en voz baja pero tan dolorosos como los primeros, he pasado otras dos semanas entre lluvia, sólo alterada por truenos, más o menos cercanos, más o menos fuertes, siempre acompañados de ríos de agua que bajaban por las calles, de la mañana a la noche, provocando montones de daños; y de la sensación de eternidad que provoca el cielo permanentemente gris y amenazador.

La bolita de plastilina que se formó a principios de septiembre sigue y sigue creciendo.

Sin embargo, hoy es 3 de octubre. Hace sol. Ha vuelto el calor. Y ayer pude felicitar el cumpleaños a un queridísimo amigo, al que perdí la pista hace años, y al que la Flor Azul, con su 3 de septiembre, me volvió a reunir.

Septiembre ha terminado por fin. Ha empezado un nuevo mes. Tal vez consigamos que el “churro” de plastilina deje de crecer, o, por lo menos, lo haga más lentamente.